El Héroe y el Idiota

El tirano masacraba poblaciones enteras. Los que lograban escapar se hacían guerrilleros. Entre ellos se encontraba un hombre que era incapaz de manejar un arma y se dedicaba a la cocina. Un día encontraron en una aldea devastada a un niño moribundo. Como no tenía padres, decidieron abandonarlo allí. El inepto se opuso y quiso adoptarlo. La criatura sobrevivió y fue creciendo. El cocinero le enseñó lo único que sabía hacer: cocinar. Siempre junto al fogón, el muchacho veía a los otros jóvenes aprender con sus padres el manejo de las armas. Acabó por insultar al ignorante:
"¡Idiota, mira lo que has hecho conmigo: tengo fuerzas para derrocar a diez tiranos y aquí estoy removiendo el cucharón de tu insulsa sopa! ¡Me das vergüenza!" Y partió en busca de otros guerrilleros. Aprendió a combatir. Llegó a ser jefe. Unió los grupos dispersos. Atacó al tirano y lo decapitó. Vino la paz y junto con ella una epidemia. Al mando de su poderosa armada, recorrió el país quemando las aldeas infectadas. En una de ellas, entre los numerosos cadáveres, gemía un bebé. Nadie quiso acercarse a él por miedo a la peste. De pronto un anciano haraposo saltó por entre las llamas, corrió hacia el niño, se mordió un brazo y lo alimentó con su sangre. El héroe reconoció al idiota de su infancia. Se arrodilló ante él y, por primera vez, lo llamó padre.

La vendedora de Lámparas y Narices

En aquella ciudad ninguna casa tenía ventanas. Las habitaciones eran cubos negros. No se conocía la luz. En las calles corrían ríos de tinieblas porque la atmósfera contaminada formaba un escudo impenetrable a las caricias del sol. Los habitantes de ese mundo no tenían nariz. Sintiéndose felices, habitaban en la sombra sólo preocupados de trabajar para llenar su estómago y satisfacer sus deseos sexuales... Un buen día apareció una anciana que gritaba: “¡Vendo una lámpara y una nariz!” Un ciudadano que por allí pasaba se sintió atraído hacia la extraña mujer: sus ojos relumbraban en la negrura como dos luciérnagas. Compró la lámpara y la nariz. Cuando quiso pagar, la anciana se negó a recibir el dinero. El hombre regresó rápidamente al cubículo. Apenas cerró la puerta, un insoportable olor se le metió por las fosas nasales para zaherir su cerebro. Encendió la lámpara. Lo que él creía una pieza hermosa, limpia, tranquila, era un nido de arañas, basura, alimentos podridos, muebles apolillados, capas de grasa, excrementos de rata. ¡No pudo permanecer en ese asqueroso lugar! Recorrió las calles hasta encontrar a la vieja. “Bruja, ¿qué hizo con mi elegante mansión? Antes yo vivía bien, como todo el mundo, pero apenas me puse su nariz y encendí la lámpara, esos dos objetos cambiaron mi mundo. ¿Por qué tanta maldad?” La señora respondió: “¡Tu mundo no fue cambiado: es así! Antes no te dabas cuenta y creías estar bien en un sitio que tarde o temprano te hubiera destruido. Cuando se adquieren nuevos órganos y se hace la luz, sufrimos porque nos vemos como somos realmente y no como imaginamos ser. Ahora que sabes cuál es tu realidad, debes abrir ventanas, matar parásitos, limpiar paredes, desinfectar el lugar y serás feliz. ¡Entonces dale la lámpara y la nariz a otro ciudadano, como lo hice yo!”