Misterios del Tiempo

Cuando el viajero miró hacia atrás y vio que el camino estaba intacto, se dio cuenta de que sus huellas no lo seguían, sino que lo precedían.

Íntima Tarea

Un señor quiere limpiar, con una tarjeta de visita, la abertura trasera de su elefante. Apenas comienza la íntima tarea, se da cuenta de que la exigua cartulina es insuficiente por que el arrugado círculo exige más bien la página doble de un periódico. Careciendo de tanto papel o no queriendo buscarlo, el caballero decide coser la salida hasta dejarla del tamaño de una moneda de cinco centavos. Entonces con toda facilidad realiza la limpieza... El intestino del paquidermo, carente de escape apropiado, acumula materias pestilentes que, al fermentar, hacen estallar al animal entero. Uno de los trozos aplasta al señor y el resto de ellos ensucia e infecta la noble casa.

Epistemología

Con tristeza, el camaleón se dio cuenta de que, para conocer su verdadero color, tendría que posarse en el vacío.

El Perezoso

Año tras año el viejo monje tibetano, en su nevado retiro, hacía girar, dormitando, su molino de rezos. Impulsado por una mano fláccida, el grueso cilindro giraba y giraba enviando hacia el cielo la vibración de sus letras sagradas. Como Dios premia los esfuerzos y no la pereza, cuando llegó la hora de la muerte, ofreció el cielo al molino de rezos y sumió en el infierno al monje.

¡Arde, Bruja, Arde!

La monja esta siendo quemada viva. Un mendigo, acosado por el frió, había llegado a la iglesia pidiendo albergue. Porque no tenía con que hacer un fuego para calentarlo, la monja quemo una virgen de madera. Ahora el abad, viejo reseco a quien nadie había visto sonreír, la quemaba a ella, acusándola de comunista sacrílega. Ardió la pira, ardió su cuerpo, ardió su cuerpo, pasaron la horas, los días, tres semanas, y la carne siguió echando llamas sin consumirse. Las noches de la aldea ya no eran oscuras, los gallos no cesaban de cantar, los vecinos no podían dormir. Formaron filas, se pasaron baldes llenos con agua para empaparla, el incendio no ceso. Así, lanzando lenguas de fuego, la arrojaron a un pozo que colmaron con arena. De ese profundo sepulcro emergió un calor intenso que atrajo moscas, arañas y víboras. Decidieron desenterrarla. La encontraron aún en llamas y además viva. Le rogaron que dejara de arder. Sin decir una palabra caminó hacia la iglesia, bajó del púlpito al abad y lo estrechó contra su pecho. "¡Entra en Su corazón!" Cuando el viejo se consumió sin dejar cenizas, ella dejó de arder. Tomó una escoba y, como de costumbre, se puso a barrer el piso. Los aldeanos le llevaron pedazos de leña temiendo que algún otro mendigo llegara a pedirle albergue.