Un Marido que Repta

¿No profundizar lo que está sobre mí; no escrutar lo que es más fuerte que yo; no intentar conocer lo que sobrepasa mi inteligencia; estudiar lo que puedo saber y no preocuparme de cosas misteriosas?... No acepto esa idea. Quiero alzar una esquina del velo. ¡La lucidez, por favor! Sin embargo, innumerables teorías acuden a mi mente, mas nada logro aclarar. ¿Es un experimento de él? ¿Una trampa? ¿Lo hace para no aburrirse? ¿Es preciso reaccionar en otra forma? ¡Esto no tiene sentido! ¡Debe haber una explicación! Rememoraré los hechos. Posiblemente se me ha escapado un detalle que es la clave.

Recibo un mensaje de Emiltik en que me pide vaya a verlo porque tiene datos importantes. No me preocupo; estoy habituado a las misivas que me envía para comunicarme datos importantes... Antes me precipitaba hacia su casa, perdiendo un zapato en la carrera. (Los zapatos me son devueltos en una caja negra por Manuel-manuel, empleado de Emiltik.) Durante el camino me angustiaba de tener que recibir revelaciones primordiales padeciendo como padezco una tartamudez auditiva que me hace oír y dejar de oír en forma intermitente. Llegaba a casa de Emiltik. Me recibía bostezando.
— ¿Cuáles son los datos?
— ¡Oh, Jonás Papiansky, me aburría como de costumbre cuando me dije: “Somos seres incomunicados... (no oigo) ...darnos cuenta sólo de algo... (no oigo) ...creyendo que esa miga es el pan entero... (no oigo) …Tu mujer... (no oigo) …no podemos hablar, hijo mío... (no oigo) el fin!
Y se ponía a llorar apoyado en mi espalda. Soy débil. Influible en extremo. Yo también me ponía a llorar. Estábamos así, lagrimeando e hipando, hasta altas horas. De pronto, Emiltik se interrumpía dando un bostezo:
—Jonasito, me aburro. Debo lucubrar otra teoría...
Y depositándome un beso en la boca me expulsaba. Yo, deshecho, volvía a mi casa. Seguía llorando sin poder dormir. Costilla, mi mujer, me rogaba:
—Por favor, cesa. El catre está inundado. Nos resfriaremos...
Yo no podía parar. Amanecíamos mojados y estornudando. Además, cada vez que volvía de escuchar una nueva tesis emiltikiana, encontraba a Costilla cambiada. Si al salir la dejaba delgada, alta, ojos azules; al regresar podía verla gorda, baja, de ojos negros.
Son incontables las transformaciones de mi mujer. Felizmente el corte de su vestido permanece, aunque el color del género cambie de verde a rojo, de rojo a amarillo, de amarillo a blanco y de blanco a verde.


He aquí por qué no me preocupo al recibir el mensaje. Decido no ir. Me llama por teléfono. Escucho sin dificultad:
— ¡Esta vez es urgente, Jonasín! ¡Corre!
Soy débil. Influible en extremo. Salgo corriendo. Manuel-manuel se acerca trayéndome en la caja negra un zapato de niño.
—Lo perdió hace mucho, fue difícil encontrarlo, señor.
Le doy las gracias. Se marcha. La caja me incomoda. La tiro a un pozo. Llego donde Emiltik. Se me lanza al cuello. Me arrastra al salón.
- ¡Qué teoría, Papiansky, escucha... (no oigo) …mágica! (no oigo) …tres personas idénticas que no se conocen... (no oigo) …demasiado íntimo... (no oigo) …tu mujer, hijo mío!... (no oigo) …nuestra invariable situación...
— ¡Basta Emiltik! Te odio. Me gustaría poder asesinarte. Otra vez me has hecho venir nada más para contarme una teoría y matar tu aburrimiento. Abandono esta casa en plena desamistad. Adiós.
Decidido, abro la puerta. Emiltik me ataja. Me vuelve a llevar al salón. Se sienta. Me sienta en sus rodillas. Llora. Oigo sin dificultad.
—Jonás, tú lo has querido. Revelar el secreto. Ah, ah.
Trato de pararme porque me está mojando el cuello con sus lágrimas. Me retiene por los fondillos.
- Abrevia, Emiltik. ¿Cuál es e1 secreto?
- ¡Costilla te engaña!
- ¡No!
- ¡Sí! Cada vez que vienes a verme, alguien aprovecha tu ausencia para introducirse en el lecho de tu esposa. Me lo dijo el andrógino. En este momento ya deben estar instalados en la cama matrimonial. ¡Sorpréndelos, Jonasillo!
Me expulsa a la calle. Mientras corro hacia mi hogar, bostezando me grita:
— ¡Oh! ¡Piensa en mi fábula del alpinista y el conductor de helicóptero!

Soy débil. Influible en extremo. Me detengo y pienso en la fábula.
“Un alpinista demoró tres días en escalar una montaña, pero al llegar a lo alto y ver la belleza del paisaje, consideró pagados sus esfuerzos... Un conductor de helicóptero rió:
“—Me basta hacer funcionar mi máquina y en un minuto estoy arriba sin cansarme inútilmente.
“Así lo hizo. Cuando estuvo al lado del alpinista, le dijo:
“— ¡No sé por qué encuentras hermoso este insulso paisaje!”

Me dije: “Emiltik tiene razón. Haré lo más difícil posible mi llegada a la alcoba. En vez de correr, reptaré. Arrastrándome, he de obtener el placer del castigo al precio de un enorme esfuerzo.”
Me tiendo y comienzo a reptar. Por reflejo, quiero ayudarme con las extremidades. Me lo impido. No es lícito. Debo sólo emplear ondulamientos de la columna vertebral.
Al cabo de algunas horas, llego al jardín de mi casa. Tengo la camisa destrozada. El pasto está recién regado. Me embarro. Estornudo.
¿Qué forma tendrá en este momento Costilla? ¿De qué color será su piel?
Me tocan con un pie en la espalda. Miro hacia arriba. Es Manuel-manuel. Está empapado. El uniforme, transparente con el agua, me permite observar su remendada ropa interior.
—Su zapato, señor. Olí su pista hasta el borde del pozo y luego tuve que bucear para encontrarlo. Nos hemos... (no oigo) …pertenece al pie izquierdo.
Guiña un ojo mostrándome la caja negra. La deposita junto a mi cabeza. Se va. Empujo el calzado infantil y su urna con la frente, lo que me impide ver hacia dónde voy. Cavo y lo entierro. Continúo reptando. Llego ante una ventana. Trepo. Penetro. Me doy cuenta de que me he equivocado de camino a causa del zapato y que he venido a parar a la pieza del andrógino.

El andrógino me ve. Con su voz de mujer y con su mitad de cuerpo femenino agitándose apasionadamente, mientras la parte masculina duerme, se abalanza sobre mí:
— ¡Jonás, por fin! Te esperé años, pero sabía que ibas a venir. ¡También me amas!
Escucho sin dificultad. Trata de besarme. Escapo. La pieza es grande. Demoro, reptando, en llegar a la puerta. Voy a salir. Me toma de un pie. Apretándome contra su único seno trata de revolcarse conmigo. Observa que tengo el cuerpo embarrado.
—Pobre, qué mal te cuida Costilla. Es porque... (no oigo) …lavarte.
Va al baño por agua y jabón. Otra vez trato de alcanzar la puerta. Voy a salir. Me agarra de una pierna. Soy arrastrado al centro de la pieza. Me desviste. Comienza a enjabonarme. Me cubre la cara de espuma impidiéndome respirar. Cantando a voz en cuello, me sumerge en una toalla. Seca con tanta fuerza que me desuella. Quiero gritar y no puedo. Termina de frotarme. Me toma del cuello.
—Desde ahora, Jonás mío, juntos para siempre —escucho sin dificultad.
Se me lanza encima. Estoy perdido. ¿Qué hacer?

Una caja negra cae por la ventana. Asoma la cabeza de Manuel-manuel. ¡Ha vuelto a encontrar un zapato!
El andrógino me suelta y se dirige iracundo a preguntarle qué quiere. Desnudo, yo repto hacia la puerta. Hago un esfuerzo supremo. Salgo a tiempo para librarme de su mano, que me quiere coger de nuevo. Se le quiebra una larga uña barnizada de verde. Rápido, me alejo por un pasillo.
Con su inmenso cuerpo convulsionado por los sollozos, me grita:
— ¡Has asesinado a la mujer que había en mí! ¡Seré un hombre y jamás...! (no oigo).
La parte femenina se duerme. El costado masculino cierra la puerta mirándome con indiferencia.

Llego ante la alcoba matrimonial. La puerta está abierta. Repto hacia dentro. Avanzo con cautela, llego al lecho y me introduzco. Encuentro a mi mujer acompañada por un señor barbudo que me mira sin sorpresa. No lo conozco, pero su cuerpo me es extremadamente familiar. No sé qué hacer. Costilla, en lugar de ayudarme, enflaquece. Opto por sacar mi tarjeta del velador y presentarla con la mayor dignidad posible.
El desconocido recibe mi tarjeta, la guarda debajo de la almohada y nada dice. Pasa una hora. Él persiste en su mutismo. No me atrevo a interrumpir sus pensamientos. Costilla está seca, como muerta. Pasa otra hora. Esto se torna insostenible y él no hace ademán de hablar. Dos horas más. Admiro la calma del intruso. Soy débil. Lo admiro.
El cuerpo de Costilla comienza a hincharse. Transcurre otra hora. Costilla sigue aumentando. El otro y yo tenemos que asirnos de ella para no caer. Estamos al borde.
De pronto, a medida que se desinfla, mi mujer aúlla:
- ¡Uno más uno más uno es uno!

Como impulsados por los resortes del somier, el barbudo y yo saltamos para darnos puñetazos en el vientre. Nos arañamos el pecho. Nos mordemos la nariz. Nos castigamos simétricamente.
Mi mujer no cesa de aullar. Nos enervamos. Hacemos acopio de nuestras energías y, agarrándonos del cuello, comenzamos a estrangularnos. Pero ocurre algo que nos obliga a cesar: al otro se le desprende la barba y me encuentro ante Emiltik. Como si nada hubiera pasado, bostezando, me dice:
—No profundices lo que está sobre ti; no escrutes lo que es más fuerte que tú; no intentes conocer lo que sobrepasa tu inteligencia; estudia lo que puedes saber y no te preocupes de cosas misteriosas —escucho sin dificultad.

Innumerables teorías acuden a mi mente, mas nada logro aclarar. Permanecemos los tres en la cama, mudos e inmóviles. La mitad del cuerpo de Costilla se parece a mí. La otra mitad se parece a Emiltik. Entre estas dos mitades no hay ninguna diferencia.

¿Ha querido Emiltik aplicar una teoría? ¿Es un experimento? ¿Lo hace por no aburrirse? ¿Es preciso reaccionar en otra forma? Esto no tiene sentido. ¡Debe haber una explicación! Rememorar los hechos... Posiblemente se me ha escapado un detalle que es la clave...