Bajo el sol de Jodo

Alejandro, tú me das la impresión de un personaje extraordinario, de los que uno halla en las novelas de aventuras o en los cuentos iniciáticos. Siendo cineasta, hombre de teatro, maestro en tarots, autor de guiones de tiras cómicas, novelista, tú escapas a todas esas etiquetas para deambular más allá, en un espacio en que lo fantástico impregna lo cotidiano... Si no me engaño, ya tienes sesenta años, ¿no?

¡Exactamente sesenta años!

Y a los sesenta, ¿quién eres tú, Alejandro Jodorowsky?

Bueno. Es una pregunta sencilla y complicada al mismo tiempo. En general uno se mira a sí mismo de un modo estático, desde un punto fijo en el que decidió detenerse. Pero también uno puede darse una mirada pre-histórica, por así decirlo, tratar de ver quién era uno aun antes de haber nacido... Uno puede considerarse desde el punto de vista del dinosaurio, del río, del árbol, del magma que uno ha sido. También puede preguntarse quién será después de muerto... Uno puede verse como un viejo de mil, diez mil, treinta mil años... Puede verse con los rasgos de un ser eterno. Yo, me veo como un ser eterno. Es algo que he aprendido. Sobrepasé la muerte, y me veo como el ser colectivo que seré, integrado a la vida universal. Así es como yo me juzgo; de lo que resulta que no me juzgo. ¡Yo me amo! Tengo un gran amor por mí mismo. No un amor narcisista. Tengo un gran amor por mí, como obra divina. Me siento, sin cesar, maravillado frente a esta vida que soy, en el momento presente, aquí y ahora. Me maravillo con esta ilusión espléndida, con este juego increíble. En consecuencia, de hecho, no tengo edad... Pero tampoco tengo nombre: esa es la verdad. De hecho, no soy un ser humano, sino una partícula, una parcela de la totalidad... Es cuestión de punto de vista. Todo depende del lugar en que me ubico. Tú me dices que tengo sesenta años; pero ¿quién tiene sesenta años? El universo no tiene sesenta años, tiene un millón... A veces siento que sólo tengo un pequeño instante; otras, un millón de años. Hablo sinceramente. Sé que todo esto puede parecer locura; pero cuando uno trabaja sobre uno mismo y hace retroceder sus límites mentales, uno siente esas cosas realmente. Por supuesto, llevo en mí a un payaso. Ese payaso tiene sesenta años y su vida comenzó efectivamente, en 1929. Es un poeta, un saltimbanqui de la vida... Lo quiero mucho y siento gran compasión por él. También siento compasión por mi cuerpo. Me siento como un príncipe en traje de sapo... Veo como se me caen los dientes con la misma melancolía que se apodera de mí cuando miro las hojas secas en el verano indio, en Canadá. Me veo arrugado y veo cómo voy engordando... Es un fenómeno que veo pasar, como si me hallara ante un paisaje... Pienso que veré pasar mi muerte, del mismo modo, como un maravilloso hecho natural. ¡Es maravilloso el estar encarnado en un ser humano! Pero es también una chirigota, algo muy cómico... En todo caso, cuando uno se siente como creación divina, ¡sólo cabe sentirse bien!


extracto de la trampa sagrada -Gilles Farcet -